Maite Garbayo MaeztuExiste un deseo informe de otras formas. El deseo de un lugar nuevo, de unas galerías, unos corredores, de un nuevo modo de habitar, de pensar. Jaques Derrida El componente fetichizador de la fotografía turística termina por desacralizar grandes iconos de la historia de la arquitectura. Su conversión en imagen espectacularizada iguala el Lever House newyorkino a los restos templarios de la antigua Grecia. Las fotografías, en su afán obsceno por captar la totalidad de los edificios, traicionan su estructura y distorsionan sus formas. Los rascacielos son raptados y poseídos por la mirada de la cámara. Llevados a otra parte. Introducidos en la dinámica de la reproductibilidad digital y convertidos en objetos de consumo en el interior de la industria del turismo globalizado. En la sala colisionan dos paradigmas formales, dos modos de entender el cuerpo y el espacio circundante, dos ideologías constructivas que responden a contextos distantes y dispares. Cuando diseña el Seagram Building, Mies van der Rohe cita el orden tripartito de la arquitectura griega: la basa funge como vestíbulo, el fuste acoge el cuerpo central de oficinas, y el capitel remata la estructura del edificio. No puede haber ruptura sin citacionalidad. Y la modernidad se construye sobre los pilares de la cultura eurocéntrica y se instituye sobre las primeras fisuras del proyecto ilustrado. El Seagram, quizá uno de los edificios más emblemáticos del Estilo Internacional, simboliza el corporativismo y el auge del sistema capitalista propio de la modernidad. En su interior, se distribuyen los espacios y se distribuyen los cuerpos. Espacios destinados a albergar oficinas, habitáculos en los que se programa el rendimiento humano en pos de la productividad laboral. La arquitectura puede entenderse como disciplina. Porque la disciplina, según Foucault, procede ante todo a la distribución de los individuos en el espacio. Asigna los lugares y organiza los cuerpos, los rangos y las relaciones de poder que se establecen entre ellos. Ordena la multitud para minimizar las singularidades individuales. En muchos sentidos, toda arquitectura parte de pensar el cuerpo, que se convierte en base de la conceptualización del espacio. La forma de la columna griega da cuenta de una concepción antropocéntrica del mismo. También el éntasis de las columnas, la curvatura del entablamento o las distintas correcciones ópticas que los griegos realizaron en sus templos para hacerlos aparecer perfectos ante la mirada humana. El cuerpo convoca la subjetividad, el deseo informe de otras formas que comparecen en el espacio expositivo como fragmentos escultóricos reinventados que recuerdan pero no son, que parecen pero no son. Formas que citan aquellas precedentes y que al citarlas las transforman en otras. Formas tal vez hasta ahora impensables o incluso inimaginables. En esta comparecencia, en esta mezcla de estilos y modos de hacer, hay un llevar la forma hasta una especie de límite. Un estallido. Y algo sugiere la posibilidad de pensar otros espacios, otros modos de ocuparlos y/o habitarlos, otros modos de ser y de estar en su interior. Maite Garbayo Maeztu |